jueves, 7 de junio de 2018

Presentación


S

e han escrito muchas vidas sobre Jesús y quisiera que ésta tuviese su sentido peculiar. Por mis años dedicados a la enseñanza dando, además de Filosofía, clases de Religión y por el conocimiento de muchas personas, he llegado a la conclusión que no se conoce bien la síntesis de los cuatro evangelios. Se conoce bastante bien el Nacimiento, la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Cristo y algunos hechos, parábolas, etc., pero de un modo deslavazado

.

Los Evangelios están escritos con un interés formativo (enseñar el mensaje salvador de Cristo a unas comunidades concretas de cristianos) y no como una historia de Jesucristo.

Hay tres evangelios (los “sinópticos”) que siguen una estructura parecida. Por lo tanto, se repiten muchos temas con las mismas palabras o parecidas. Pero estos, junto al de Juan, no intentan tanto una historia ordenada como explicar la “Buena Nueva” a diferentes interlocutores.

¿Cuál es mi intención?

Conseguir una secuencia de los hechos de la vida de Jesucristo siguiendo el libro de Andrés Codesal Martín (“Evangelios concordados Ilustrados”, A. Codesal. Apostolado mariano, 4ª ed.).

¿Pero con qué matices?

Pretendo que la narración sea fluida. Por lo tanto, transcribo el texto tal cual, sin referencia al evangelista, ni a los capítulos ni a los versículos.

Los textos de los Evangelios los he tomado, en principio, de la edición digital de los “SANTOS EVANGELIOS”, UNIVERSIDAD DE NAVARRA”, EUNSA.

Previamente, he enmarcado los evangelios (canónicos y apócrifos), los evangelistas y su entorno. Para ello he seguido algunos textos escritos por un equipo de profesores de Historia y Teología de la Universidad de Navarra (50 preguntas sobre Jesús (4ª ed.), Juan Chapa (Ed.)).

En el relato, apenas me he extendido en comentarios para clarificar ciertos temas: sólo los que me parecen de capital importancia.

Espero que el lector, al terminar de leer esta Historia de Jesucristo, consiga acercarse más a Él y desde su conocimiento traducirlo en hechos concretos para su vida.

Josep Gay i Bochaca

miércoles, 6 de junio de 2018

Introducción



Los Evangelios


Lo 

fundamental de los evangelios es que nos comunican la predicación de los Apóstoles. Los autores de los evangelios son Mateo, Juan, Lucas y Marcos. De estos, los dos primeros se encuentran entre los doce Apóstoles y los otros dos entre los discípulos de San Pablo y San Pedro, respectivamente. La investigación actual no ve grandes inconvenientes en atribuir a Marcos y a Lucas sus respectivos evangelios; en cambio, duda de la autoría de Mateo y de Juan. Esta atribución lo que manifiesta es la tradición apostólica de la que provienen los escritos, no que ellos mismos fueran los que escribieron el evangelio.

Lo primordial es la autoridad apostólica que está detrás de cada uno de ellos. En el siglo II, San Justino habla de las “memorias de los apóstoles o evangelios” que se leían en las reuniones litúrgicas. Con esto, se puede concluir el origen apostólico de esos escritos y que se coleccionaban para ser leídos en público. En el mismo siglo II, otros escritores nos dicen que los evangelios apostólicos eran cuatro y solo cuatro.
En consecuencia, el Magisterio de la Iglesia afirma que los cuatro evangelios “transmiten fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó” (Concilio Vaticano II), y fueron escritos por los Apóstoles (Mateo y Juan) o por algunos discípulos (Marcos y Lucas), pero siempre recogiendo la predicación del evangelio por parte de los Apóstoles.
El Señor no mandó a sus discípulos a escribir sino a predicar el evangelio. Los Apóstoles y la comunidad apostólica lo hicieron así, y, para facilitar esta tarea, pusieron parte de esta enseñanza por escrito. Y, en el momento en que los apóstoles y los de su generación empezaban a desaparecer, “los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o desarrollándolas, atendiendo a la condición de las Iglesias” (Concilio Vaticano II). Puede deducirse que los cuatro evangelios son fieles a la predicación de los Apóstoles sobre Jesús y que la predicación de los Apóstoles sobre Jesús es fiel a lo que hizo y dijo Jesús.

Difusión de los evangelios 
No conservamos el manuscrito original de los evangelios, como tampoco el de ningún otro libro de aquellos tiempos. Todos los textos (incluidos los evangelios y los primeros escritos cristianos) se transmitían mediante copias manuscritas en papiro y después en pergamino.
Sólo a partir del siglo XIV se comenzó a utilizar el papel. Los manuscritos que conservamos de los evangelios nos muestran que, frente a la mayoría de los escritos de la antigüedad, la fiabilidad que podemos darle al texto que tenemos es enorme. En primer lugar, por la abundancia de manuscritos y también, está la del tiempo pasado entre la fecha de la redacción del libro y la datación del manuscrito más antiguo. Para muchas obras clásicas de la antigüedad es casi de diez siglos, en cambio el manuscrito más antiguo del Nuevo Testamento es treinta o cuarenta años posterior al momento de composición del evangelio de Juan. Los expertos coinciden en afirmar que los evangelios son los textos que mejor conocemos de la antigüedad.

Los evangelios canónicos y apócrifos
Se llaman evangelios canónicos aquellos a los que la Iglesia ha reconocido como transmisores fidedignos de la tradición apostólica y están inspirados por Dios. Como decíamos son solo cuatro: el de Mateo, el de Marcos, el de Lucas y el de Juan.
Estos evangelios se basan en lo que los apóstoles vieron y oyeron estando con Jesús y en las apariciones que tuvieron de Él después de resucitar. En las comunidades cristianas que se iban formando los testimonios fueron tomando forma de relatos o de doctrinas acerca de Jesús, bajo la tutela de los apóstoles. Y, en un último momento, esas tradiciones fueron puestas por escrito. Los cuatro gozaron de la garantía apostólica y se refleja en el hecho de que fueron recibidos y transmitidos como escritos por los mismos apóstoles o por discípulos directos de los mismos.

Por el contrario, los evangelios apócrifos son los que la Iglesia no aceptó como auténtica tradición apostólica, aunque habitualmente se presentaban bajo el nombre de algún apóstol. Empezaron a difundirse muy pronto, pues ya se les cita en la segunda mitad del s. II; y muchos de ellos contenían doctrinas que no estaban de acuerdo con la enseñanza apostólica. A medida que pasó el tiempo el número de esos apócrifos aumentó en cantidad tanto para dar detalles de la vida de Jesús que no daban los evangelios canónicos (por ej.: los apócrifos de la infancia de Jesús), como para poner bajo el nombre de algún apóstol enseñanzas opuestos a la doctrina de la Iglesia (por ej.: evangelio de Tomás). El número de “evangelios apócrifos” conocidos es algo superior a cincuenta.
Hay tres clases de evangelios apócrifos:
             a) aquellos de los que sólo han quedado algunos fragmentos escritos en papiro y se parecen a los canónicos;

             b) los que se conservaron completos y narran con sentido piadoso hechos acerca de Jesús y de la Santísima Virgen; y

             c) aquellos otros que ponían bajo el nombre de un apóstol doctrinas chocantes con las que la Iglesia creía por la verdadera tradición apostólica.
Los primeros son reducidos y apenas dicen nada nuevo, quizás porque se conoce poco de su mensaje (p, ej.; los fragmentos del “evangelio de Pedro” que relatan la Pasión).
De los segundos el más antiguo es el llamado “Protoevangelio de Santiago” que refiere la permanencia de la Santísima Virgen en el templo desde que tenía tres años y cómo fue designado San José que era viudo para cuidar de ella cuando ésta cumplió los doce años. La infancia de Jesús y los milagros que hacía siendo niño los cuenta el “Pseudo Tomás”, y la muerte de San José es el tema principal de la “Historia de José el Carpintero”. Los apócrifos árabes de la infancia narran hechos de los Reyes Magos de los que en un apócrifo etíope se dan incluso los nombres, Melchor, Gaspar y Baltasar. Estas leyendas piadosas circularon con profusión en la Edad Media y sirvieron de inspiración a muchos artistas.
Y el tercer grupo de apócrifos son los que exponían doctrinas heréticas. Los Santos Padres los citan para rebatirlos y, con frecuencia, los designan por el nombre del hereje que los había compuesto o por los destinatarios a los que iban dirigidos, como el de los Hebreos o el de los Egipcios. Otras veces los mismos Santos Padres acusan a estos herejes de poner sus doctrinas bajo el nombre de algún apóstol, preferentemente Santiago o Tomás. Las informaciones de los Santos Padres se han confirmado con la aparición de unas cuarenta obras gnósticas en Nag Hammadi en 1945. Normalmente presentan presuntas revelaciones secretas de Jesús que carecen de cualquier garantía. Suelen imaginar al Dios Creador como un dios inferior y perverso, y la adquisición de la salvación por parte del hombre a partir del conocimiento de su procedencia divina. 

lunes, 4 de junio de 2018

Nacimiento e infancia de Jesucristo


     Prólogo

Ya que muchos han intentado poner en orden la narración de las cosas que se han cumplido entre nosotros, conforme nos las transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra, me pareció también a mí, después de haberme informado con exactitud de todo desde los comienzos, escribírtelo de forma ordenada, distinguido Teófilo ("el amado por Dios"), para que conozcas la indudable certeza de las enseñanzas que has recibido de palabra. 

     Generación 
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Todo fue hecho por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron.

Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino el que debía dar testimonio de la luz. 

Era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, y el mundo no le conoció. Vino a los suyos (por lossuyosse entiende, en primer lugar, al pueblo judío, pero también puede entenderse toda la humanidad, es decir, a los que llamados por Dios a su amistad le rechazan), y los suyos no le recibieron. Pero a cuantos le recibieron les dio poder para ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, que no han nacido de la sangre (el nacimiento del que se habla aquí se realiza en el Bautismo), ni de la voluntad de la carne, ni del querer del hombre, sino de Dios.

Y el Verbo se hizo carne (es decir, se hizo hombre. “«El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Lo que caracteriza la fe cristiana, con respecto a todas las otras religiones, es la certeza de que el hombre Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, el Verbo hecho carne, la segunda persona de la Trinidad que vino al mundo. Ésta «es la alegre convicción de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta el gran misterio de la piedad: Él ha sido manifestado en la carne»" (Catecismo de la Iglesia Católica, 463) y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de Él y clama: “Este era de quien yo dije: el que viene después de mí ha sido antepuesto a mí, porque existía antes que yo”. Pues de su plenitud todos hemos recibido, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por Moisés; la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre, él mismo lo dio a conocer.

Anunciación de Juan Bautista

Hubo en tiempos de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la familia de Abías, cuya mujer, descendiente de Aarón, se llamaba Isabel. Ambos eran justos ante Dios, y caminaban intachables en todos los mandamientos y preceptos del Señor; no tenían hijos, porque Isabel era estéril y los dos de edad avanzada.

Sucedió que, al ejercer él su ministerio sacerdotal delante de Dios, cuando le tocaba el turno, le cayó en suerte, según la costumbre del Sacerdocio, entrar en el Templo del Señor para ofrecer el incienso; y toda la concurrencia del pueblo estaba fuera orando durante el ofrecimiento del incienso. Se le apareció un ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Y Zacarías se turbó al verlo y le invadió el temor. Pero el ángel le dijo: “No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido escuchada, así que tu mujer Isabel te dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Será para ti gozo y alegría; y muchos se alegrarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor, será lleno del Espíritu Santo ya desde el vientre de su madre, y convertirá a muchos de los hijos de Israel al Señor su Dios; e irá delante de El con el espíritu y el poder de Elías para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la prudencia de los justos, a fin de preparar al Señor un pueblo perfecto”. Entonces Zacarías dijo al ángel: “¿Cómo podré yo estar cierto de esto? pues ya soy viejo y mi mujer de edad avanzada”. Y el ángel le respondió: “Yo soy Gabriel, que asisto ante el trono de Dios, y he sido enviado para hablarte y darte esta buena nueva. Desde ahora, pues, te quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no has creído en mis palabras, que se cumplirán a su tiempo”.


El pueblo estaba esperando a Zacarías, y se extrañaba que se demorase en el Templo. Cuando salió no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el Templo. El intentaba explicarse por señas, y permaneció mudo. Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su ministerio, se marchó a su casa. Después de estos días Isabel, su mujer, concibió y se ocultaba durante cinco meses, diciéndose: “Así ha hecho conmigo el Señor, en estos días en los que se ha dignado borrar mi oprobio entre los hombres”.


Genealogía de Jesucristo

Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. Judá engendró a Farés y a Zara de Tamar, Farés engendró a Esrón, Esrón engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró a Booz de Rahab, Booz engendró a Obed de Rut, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David. 

David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías, Salomón engendró a Roboán, Roboán engendró a Abías, Abías engendró a Asá, Asá engendró a Josafat, Josafat engendró a Jorán, Jorán engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatán, Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos cuando la deportación a Babilonia.

Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliacim, Eliacim engendró a Azor, Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Matán, Matán engendró a Jacob, Jacob engendró a José (los hebreos hacían las genealogías por vía masculina. José era el padre legal de Jesús. Y el padre legal es equivalente al verdadero padre en cuanto derechos y obligaciones), el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo.

Por tanto, son catorce todas las generaciones desde Abrahán hasta David, y catorce generaciones desde David hasta la deportación a Babilonia, y también catorce las generaciones desde la deportación a Babilonia hasta Cristo.

Anunciación y Encarnación del Hijo de Dios


En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen (Dios quiso nacer de una madre virgen. Dios, desde toda la eternidad, la eligió y señaló como madre para que su Unigénito Hijo tomase carne y naciese de ella en la plenitud de los tiempos. María que permaneció siempre Virgen, fue la Madre del Verbo Encarnado, Jesucristo) desposada con un varón de nombre José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y habiendo entrado donde ella estaba, le dijo: “Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo”. Ella se turbó al oír estas palabras, y consideraba qué significaría esta salutación. Y el ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin”. María dijo al ángel: “¿De qué modo se hará esto, pues no conozco varón? (el propósito de María de permanecer virgen fue muy especial. Sin embargo, en el Antiguo Testamento ya hay algunas personas que, por designio divino, permanecieron célibes: Jeremías, Elías, Eliseo y Juan Bautista. María concibió a Jesús sin intervención de varón: “lo concebido en ella viene del Espíritu santo”, dice el ángel a San José y a María que pregunta “¿Cómo será eso pues no conozco varón?” el ángel le responde: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra...”. También, el hecho de que Jesús desde la Cruz encomendase su Madre a San Juan supone que la Virgen no tenía otros hijos. La iglesia siempre ha creído en la virginidad de María y la ha llamado “la siempre virgen”, es decir, antes, en y después del parto como confiesa una fórmula tradicional. La concepción de Jesús hay que entenderla como una obra del poder de Dios que escapa toda comprensión y toda posibilidad humanas. En la concepción virginal de Jesús se trata de una obra divina en el seno de María similar a la creación. La concepción virginal de Jesús es un signo de que Jesús es verdaderamente Hijo de Dios por naturaleza al mismo tiempo que es verdadero hombre nacido de mujer). Respondió el ángel y le dijo: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra (la “sombra” es un símbolo de la presencia de Dios. Hay pasajes similares en el AT y en el NT que nos muestran esta intervención de la Omnipotencia de Dios); por eso, el que nacerá Santo, será llamado Hijo de Dios. Y ahí tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que era llamada estéril, hoy cuenta ya el sexto mes, porque para Dios no hay nada imposible”. Dijo entonces María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel se retiró de su presencia

La visitación de María a Isabel 

Por aquellos días, María se levantó, y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno (aunque Juan Bautista fue concebido en pecado, el original, sin embargo, nació sin él porque fue santificado en las entrañas de su madre); y bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor”.

      El Magníficat     

María exclamó: “Glorifica mi alma al Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador: porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones.

Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo; su misericordia se derrama de generación en generación sobre aquellos que le temen.

Manifestó el poder de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.

Derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes.

Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos los despidió vacíos.

Acogió a Israel su siervo, recordando su misericordia, según como había prometido a nuestros padres, Abrahán y su descendencia para siempre”.

María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

Nacimiento y circuncisión de Juan Bautista

Entre tanto llegó a Isabel el tiempo del parto, y dio a luz un hijo. Y oyeron sus vecinos y parientes la gran misericordia que el Señor le había mostrado, y se congratulaban de ella.

El día octavo fueron a circuncidar (la circuncisión era un rito para señalar como con una marca los que pertenecían al pueblo elegido. Dios mandó la circuncisión a Abraham como señal de la Alianza que establecía con él y con su descendencia. Con la institución del Bautismo cesó el mandamiento de la circuncisión) al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías. Pero su madre dijo: “De ninguna manera, sino que se ha de llamar Juan”. Y le dijeron: “No hay nadie en tu familia que se llame con este nombre”. Al mismo tiempo preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Y él, pidiendo una tablilla, escribió: Juan es su nombre. Lo cual llenó a todos de admiración. En aquel momento recobró el habla, se soltó su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Y se apoderó de todos sus vecinos el temor y se comentaban estos acontecimientos por toda la montaña de Judea; y cuantos los oían los grababan en su corazón, diciendo: ¿Qué pensáis ha de ser este niño? Porque la mano del Señor estaba con él.

El Benedictus

Y Zacarías, su padre, quedó lleno del Espíritu Santo y profetizó diciendo:

“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, y ha suscitado para nosotros el poder salvador en la casa de David su siervo, como lo había anunciado desde antiguo por boca de sus santos profetas; para salvarnos de nuestros enemigos y de la mano de cuantos nos odian: ejerciendo su misericordia con nuestros padres, y acordándose de su santa alianza, y del juramento que hizo a Abrahán, nuestro padre, para concedernos que, libres de la mano de los enemigos, le sirvamos sin temor, con santidad y justicia en su presencia todos los días de nuestra vida.

Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo: porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, enseñando a su pueblo la salvación para el perdón de sus pecados; por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, el Sol naciente nos visitará desde lo alto, para iluminar a los que yacen en tinieblas y en sombra de muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz”.

Mientras tanto el niño iba creciendo y se fortalecía en el espíritu, y habitaba en el desierto hasta el tiempo en que debía darse a conocer a Israel.

La aparición del Ángel a José

La generación de Jesucristo fue así: Estando desposada su madre María con José, antes de que conviviesen (un año antes de la boda se realizaban los esponsales que tenían prácticamente el valor del matrimonio. Las bodas propiamente dichas consistían, entre otras cosas, en la conducción solemne de la esposa a casa del esposo), se encontró que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo.

José (él, a pesar de la maternidad de María, la considera santa. Por tanto, no encuentra explicación a ello. Según la Ley tenía que repudiarla, pero para evitar su infamia pública decide dejarla privadamente), su esposo, como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto. Estando él considerando estas cosas, he aquí que un ángel del Señor se la apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto ha ocurrido para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del Profeta:” He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien llamarán Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros”.

Al despertarse José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su esposa. Y, sin que la hubiera conocido, dio ella a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús.

Nacimiento de Jesús

En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta.

Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito (María engendró a Jesús sin intervención de varón y no tuvo más hijos. Así nos lo ha trasmitido la tradición de la Iglesia, que ha confesado a María como la “siempre virgen”. Se trata de una verdad de fe conforme con los textos evangélicos); lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento (los primeros cristianos parece que celebraban su dies natalis, el día de su entrada en la patria definitiva. Recuerdan con precisión el día de la glorificación de Jesús, el 14/15 de Nisán, pero no la fecha de su nacimiento, de la que nada nos dicen los datos evangélicos. El primer testimonio indirecto de que la natividad de Cristo fuese el 25 de diciembre lo ofrece Sexto Julio Africano el año 2219). 

Adoración de los pastores

Había unos pastores por aquellos contornos, que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño durante la noche. De improviso un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de luz y se llenaron de un gran temor. El ángel les dijo: “No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. De pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

Luego que los ángeles se apartaron de ellos hacia el cielo, los pastores se decían unos a otros: “Vayamos hasta Belén, y veamos este hecho que acaba de suceder y que el Señor nos ha manifestado”.  Y vinieron presurosos, y encontraron a María y a José y al niño reclinado en el pesebre. Al verlo, reconocieron las cosas que les habían sido anunciadas acerca de este niño. Y todos los que escucharon se maravillaron de cuanto los pastores les habían dicho. María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón.

Y los pastores regresaron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según les fue dicho.

La circuncisión y la presentación de Jesús en el Templo

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno.

Y cumplidos los días de su purificación (la Sagrada Familia va a Jerusalén para cumplir dos prescripciones de la Ley mosaica: la purificación de la madre (al dar a luz la mujer quedaba impura) y la presentación y rescate del primogénito. María no estaba obligada a purificarse sin embargo quiso someterse a la Ley), según la Ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está mandado en la Ley del Señor: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor”; y para presentar como ofrenda un par de tórtolas o dos pichones, según lo mandado en la Ley del Señor.

Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre, justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo del Señor. Así, vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar con el niño Jesús sus padres, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre él, lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, según tu palabra: porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado ante la faz de todos los pueblos: luz que ilumine a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”.

Su padre y su madre estaban admirados por las cosas que se decían acerca de él. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: “Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción ‘y a tu misma alma la traspasará una espada', a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones”.

Vivía entonces una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era de edad muy avanzada, había vivido con su marido siete años de casada, y había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años, sin apartarse del Templo, sirviendo con ayunos y oraciones noche y día. Y llegando en aquel mismo momento alababa a Dios, y hablaba de él a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

La adoración de los magos

Nacido Jesús en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes, unos Magos llegaron de Oriente a Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle” (los evangelios de San Mateo y San Lucas narran algunas escenas de la infancia de Jesús, por lo que se suelen denominar “evangelios de la infancia”. Su historicidad no se puede examinar de la misma manera que la del resto de los episodios evangélicos. El pasaje de los Magos muestra que unos gentiles, que no pertenecen al pueblo de Israel, descubren la revelación de Dios a través de su estudio y sus conocimientos humanos (las estrellas), pero no llegan a la plenitud de la verdad más que a través de las Escrituras de Israel. La exégesis actual se ha preguntado qué fenómeno natural pudo ocurrir en el firmamento que fuera interpretado por los hombres de aquel tiempo como extraordinario. Las hipótesis que se han dado son sobre todo tres: 1) Kepler habló de una estrella nueva, una supernova: se trata de una estrella muy distante en la que tiene lugar una explosión de modo que, durante unas semanas, tiene más luz y es perceptible desde la tierra; 2) un cometa, pues los cometas siguen un recorrido regular, pero elíptico, alrededor del sol. Pero la aparición de los cometas conocidos que se ven desde la tierra no encaja en las fechas con la estrella; 3) Una conjunción planetaria de Júpiter y Saturno).

Al oír esto, el rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén. Y, reuniendo a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les interrogaba dónde había de nacer el Mesías. “En Belén de Judá, le dijeron, pues así está escrito por medio del Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ciertamente la menor entre las principales ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que apacentará a mi pueblo, Israel”.

Entonces Herodes, llamando en secreto a los Magos, se informó cuidadosamente por ellos del tiempo en que había aparecido la estrella; y les envió a Belén, diciéndoles: “Id e informaos bien acerca del niño; y cuando lo encontréis, avisadme para ir yo también a adorarle”.

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en marcha. Y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta pararse sobre el sitio donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; luego, abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. Y, habiendo recibido en sueños aviso de no volver a Herodes, regresaron a su país por otro camino.

Huida a Egipto

Después que se marcharon, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y estate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”.

Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y huyó a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del Profeta: “De Egipto llamé a mi hijo”.

Entonces Herodes, al ver que los Magos le habían engañado, se irritó en extremo, y mandó matar a todos los niños que había en Belén y toda su comarca, de dos años para abajo, con arreglo al tiempo que cuidadosamente había averiguado de los Magos. Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: “Una voz se oyó en Ramá, llanto y lamento grande: Es Raquel que llora a sus hijos, y no admite consuelo, porque ya no existen” (este pasaje evoca otros episodios del Antiguo Testamento. Por tanto, el sentido del pasaje parece claro: por mucho que se empeñen los fuertes de la tierra, no pueden oponerse a los planes de Dios para salvar a los hombres. En este contexto se debe examinar la historicidad del martirio de los niños inocentes, del que sólo tenemos esta noticia que nos da San Mateo. No obstante, es fácil pensar que la matanza de los niños en Belén, una aldea pequeña, no fue muy numerosa y por eso no pasó a la historia).

Regreso a Nazaret

Muerto Herodes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto, y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y vete a la tierra de Israel; pues han muerto ya los que atentaban contra la vida del niño”.

Levantándose, tomó al niño y a su madre y vino a la tierra de Israel. Pero al oír que Arquelao había sucedido a su padre Herodes en el trono de Judea, temió ir allá; y avisado en sueños marchó a la región de Galilea. Y se fue a vivir a una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por medio de los Profetas: “Será llamado nazareno”.

Jesús entre los doctores de la Ley

El niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en Él (Jesús debía crecer y fortalecerse como hombre, pero no como Verbo de Dios. De donde se le describe lleno de sabiduría y de gracia).

Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo doce años, subieron a la fiesta, como era costumbre. Pasados aquellos días, al regresar, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo advirtiesen sus padres. Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino buscándolo entre los parientes y conocidos, y como no lo encontrasen, retornaron a Jerusalén en busca suya. Y ocurrió que, al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y preguntándoles. Cuantos le oían quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas. Al verlo se maravillaron, y le dijo su madre: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira cómo tu padre y yo, angustiados, te buscábamos”. Y él les dijo: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?”. Pero ellos no comprendieron lo que les dijo (María y José se dan cuenta del sentido profundo de la respuesta de Jesús, pero no la entienden. Fueron entendiendo a medida que los acontecimientos de la vida del Señor se fueron desarrollando).

Y bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres.

jueves, 1 de marzo de 2018

VIDA PUBLICA DE JESUCRISTO





Predicación de Juan Bautista

El año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la región de Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el Sumo Sacerdote Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan el hijo de Zacarías, en el desierto. 

Y recorrió toda la región del Jordán predicando un bautismo de penitencia para remisión de los pecados, tal como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: “Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, haced rectas sus sendas. Todo valle será rellenado, y todo monte y colina allanados; los caminos torcidos se harán rectos, y los caminos ásperos serán suavizados. Y todo hombre verá la salvación de Dios”.

Llevaba Juan una vestidura de pelo de camello con un ceñidor de cuero a la cintura, y su comida eran langostas y miel silvestre. Entonces acudía a él Jerusalén, toda Judea y toda la comarca del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Como viese que venían a su bautismo muchos de los fariseos (En la Palestina del siglo I surgieron diferentes grupos. Los más apreciados por la mayoría eran los fariseos. Su nombre, significa «los segregados». Dedicaban su mayor atención a las cuestiones relativas a la observancia de las leyes de pureza ritual incluso fuera del templo. Para una parte de los fariseos la dimensión política estaba ligada al empeño por la independencia nacional, pues ningún poder ajeno podía imponerse sobre la soberanía del Señor en su pueblo. A éstos se los conoce con el nombre de zelotes. Aunque pensaban que la salvación la concede Dios, estaban convencidos de que el Señor contaba con la colaboración humana para traer esa salvación. Los saduceos eran personas de la alta sociedad, miembros de familias sacerdotales, cultos, ricos y aristócratas. Hacían una interpretación muy sobria de la Torah, sin caer en las numerosas cuestiones casuísticas de los fariseos, y por tanto subestimando lo que aquellos consideraban Torah oral. No creían en la pervivencia después de la muerte, ni compartían las esperanzas escatológicas) y de los saduceos, les dijo: “¡Raza de víboras!, ¿quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de penitencia, y no empecéis a decir entre vosotros: Tenemos por padre a Abrahán. Pues os digo que Dios puede hacer surgir de estas piedras hijos de Abrahán. Además, ya está el hacha puesta junto a la raíz de los árboles. Por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego”. 

Las muchedumbres le preguntaban: “Entonces, ¿qué debemos hacer?”. Él les contestaba: “El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene alimentos, haga otro tanto”. Llegaron también unos publicanos para bautizarse y le dijeron: “Maestro, ¿qué debemos hacer?”. Y él les contestó: “No exijáis más de lo que se os ha señalado”. Asimismo le preguntaban los soldados: “Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?”. Y les dijo: “No hagáis extorsión a nadie, ni denunciéis con falsedad, y contentaos con vuestras pagas”. 

Como el pueblo estimase, y todos se preguntaran en su interior, si acaso Juan no sería el Cristo, Juan salió al paso diciendo a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene quién es más fuerte que yo, al que no soy digno de desatar la correa de sus sandalias: él os bautizará en Espíritu Santo y en fuego. Tiene el bieldo en su mano, para limpiar su era y recoger el trigo en su granero, y quemará la paja con fuego inextinguible”.

Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena nueva.

 Bautismo de Jesús

Entonces vino Jesús al Jordán desde Galilea, para ser bautizado por Juan. Pero éste se le resistía diciendo: “Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿cómo vienes tú a mí?”. Respondiendo Jesús le dijo: “Déjame ahora, así es como debemos nosotros cumplir toda justicia”. Entonces Juan se lo permitió. 

Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua; y he aquí que se le abrieron los Cielos, y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz del Cielo que decía: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido”.

Ayuno y tentaciones de Jesús

Entonces fue conducido Jesús al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre. Y acercándose el tentador le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Él respondiendo dijo: “Escrito está: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios”.

Luego, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles, para que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra”. Y le respondió Jesús: “Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios”.

De nuevo lo llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: “Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras”. Entonces le respondió Jesús: “Apártate Satanás, pues escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo darás culto”.


Y terminada toda tentación, el diablo se apartó de él hasta el momento oportuno. Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían.

Testimonio de Juan Bautista


Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntaran: “¿Tú quién eres?”. Entonces él confesó la verdad y no la negó, y declaró: “Yo no soy el Cristo”. Y le preguntaron: “¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?”. Y dijo: “No lo soy”. “¿Eres tú el Profeta?” Respondió: “No”. Por último le dijeron: “¿Quién eres, para que demos una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?”. Contestó: “Yo soy la voz del que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”. Los enviados eran de los fariseos. Le preguntaron: “¿Pues por qué bautizas si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta?”. Juan les respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis. Él es el que viene después de mí, a quien yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”. Esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.


Al día siguiente vio a Jesús venir hacia él y dijo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es de quien yo dije: Después de mí viene un hombre que ha sido antepuesto a mí, porque existía antes que yo. Yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel”.


Y Juan dio testimonio diciendo: “He visto el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y permanecía sobre él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: Sobre el que veas que desciende el Espíritu y permanece sobre él, ése es quien bautiza en el Espíritu Santo. Y yo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.

Los primeros discípulos

Al día siguiente estaba allí de nuevo Juan y dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: “He aquí el Cordero de Dios”. Los dos discípulos, al oírle hablar así, siguieron a Jesús. Se volvió Jesús y, viendo que le seguían, les preguntó: “¿Qué buscáis?”. Ellos le dijeron: “Rabbí (que significa Maestro), ¿dónde vives?”. Les respondió: “Venid y veréis”. Fueron y vieron dónde vivía, y permanecieron aquel día con él. Era alrededor de la hora décima.

Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y siguieron a Jesús. Encontró primero a su hermano Simón y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías (que significa el Cristo)”. Y lo llevó a Jesús. Mirándolo Jesús le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Piedra)”.

Al día siguiente determinó encaminarse hacia Galilea y encontró a Felipe. Y le dijo Jesús: “Sígueme”. Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Encontró Felipe a Natanael y le dijo: “Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés en la Ley, y los Profetas: Jesús de Nazaret, el hijo de José”. Entonces le dijo Natanael: “¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?”. Le respondió Felipe: “Ven y verás”. Vio Jesús a Natanael que se acercaba y dijo de él: “He aquí un verdadero israelita en quien no hay doblez”. Le contestó Natanael: “¿De qué me conoces?”. Respondió Jesús y le dijo: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas bajo la higuera, yo te vi”. Respondió Natanael: “Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”. Contestó Jesús: “¿Porque te he dicho que te vi bajo la higuera crees? Cosas mayores verás”. Y añadió: “En verdad, en verdad os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre”.