Prólogo
Ya que muchos han intentado poner en orden la narración de las cosas que se
han cumplido entre nosotros, conforme nos las transmitieron quienes desde el
principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra, me pareció
también a mí, después de haberme informado con exactitud de todo desde los
comienzos, escribírtelo de forma ordenada, distinguido Teófilo ("el
amado por Dios"), para que conozcas la indudable certeza de las
enseñanzas que has recibido de palabra.
Generación
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el
Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Todo fue hecho por Él,
y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y
la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las
tinieblas no la recibieron.
Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este vino como
testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era
él la luz, sino el que debía dar testimonio de la luz.
Era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo. En
el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, y el mundo no le conoció. Vino a
los suyos (por los “suyos” se entiende, en primer
lugar, al pueblo judío, pero también puede entenderse toda la humanidad, es
decir, a los que llamados por Dios a su amistad le rechazan), y los suyos
no le recibieron. Pero a cuantos le recibieron les dio poder para ser hijos de
Dios, a los que creen en su nombre, que no han nacido de la sangre (el
nacimiento del que se habla aquí se realiza en el Bautismo), ni de la
voluntad de la carne, ni del querer del hombre, sino de Dios.
Y el Verbo se hizo carne (es decir, se hizo hombre. “«El Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Lo que caracteriza la fe cristiana,
con respecto a todas las otras religiones, es la certeza de que el hombre Jesús
de Nazaret es el Hijo de Dios, el Verbo hecho carne, la segunda persona de la
Trinidad que vino al mundo. Ésta «es la alegre convicción de la Iglesia desde
sus comienzos cuando canta el gran misterio de la piedad: Él ha sido
manifestado en la carne»" (Catecismo de la Iglesia Católica, 463) y
habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del
Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de Él y clama: “Este era de quien yo dije: el que viene
después de mí ha sido antepuesto a mí, porque existía antes que yo”. Pues de su
plenitud todos hemos recibido, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por
Moisés; la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto
jamás; el Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre, él mismo lo dio a
conocer.
Anunciación de Juan
Bautista
Hubo en tiempos de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de
la familia de Abías, cuya mujer, descendiente de Aarón, se llamaba Isabel.
Ambos eran justos ante Dios, y caminaban intachables en todos los mandamientos
y preceptos del Señor; no tenían hijos, porque Isabel era estéril y los dos de
edad avanzada.
Sucedió que, al ejercer él su ministerio sacerdotal
delante de Dios, cuando le tocaba el turno, le cayó en suerte, según la
costumbre del Sacerdocio, entrar en el Templo del Señor para ofrecer el
incienso; y toda la concurrencia del pueblo estaba fuera orando durante el
ofrecimiento del incienso. Se le apareció un ángel del Señor, de pie a la
derecha del altar del incienso. Y Zacarías se turbó al verlo y le invadió el
temor. Pero el ángel le dijo: “No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido
escuchada, así que tu mujer Isabel te dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre
Juan. Será para ti gozo y alegría; y muchos se alegrarán en su nacimiento,
porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor, será lleno del
Espíritu Santo ya desde el vientre de su madre, y convertirá a muchos de los
hijos de Israel al Señor su Dios; e irá delante de El con el espíritu y el
poder de Elías para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a
los desobedientes a la prudencia de los justos, a fin de preparar al Señor un
pueblo perfecto”. Entonces Zacarías dijo al ángel: “¿Cómo podré yo estar cierto
de esto? pues ya soy viejo y mi mujer de edad avanzada”. Y el ángel le
respondió: “Yo soy Gabriel, que asisto ante el trono de Dios, y he sido enviado
para hablarte y darte esta buena nueva. Desde ahora, pues, te quedarás mudo y
no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no has creído
en mis palabras, que se cumplirán a su tiempo”.
El pueblo estaba esperando a Zacarías, y se extrañaba que se demorase en el
Templo. Cuando salió no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una
visión en el Templo. El intentaba explicarse por señas, y permaneció mudo. Y
sucedió que cuando se cumplieron los días de su ministerio, se marchó a su
casa. Después de estos días Isabel, su mujer, concibió y se ocultaba durante
cinco meses, diciéndose: “Así ha hecho conmigo el Señor, en estos días en los
que se ha dignado borrar mi oprobio entre los hombres”.
Genealogía de Jesucristo
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. Abrahán engendró
a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. Judá
engendró a Farés y a Zara de Tamar, Farés engendró a Esrón, Esrón engendró a
Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a
Salmón, Salmón engendró a Booz de Rahab, Booz engendró a Obed de Rut, Obed
engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David.
David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías, Salomón engendró a
Roboán, Roboán engendró a Abías, Abías engendró a Asá, Asá engendró a Josafat,
Josafat engendró a Jorán, Jorán engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatán,
Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés,
Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías, Josías engendró a Jeconías y a
sus hermanos cuando la deportación a Babilonia.
Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel,
Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a
Eliacim, Eliacim engendró a Azor, Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a
Aquim, Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a
Matán, Matán engendró a Jacob, Jacob engendró a José (los hebreos hacían las
genealogías por vía masculina. José era el padre legal de Jesús. Y el padre
legal es equivalente al verdadero padre en cuanto derechos y obligaciones),
el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo.
Por tanto, son catorce todas las generaciones desde Abrahán hasta David, y
catorce generaciones desde David hasta la deportación a Babilonia, y también
catorce las generaciones desde la deportación a Babilonia hasta Cristo.
Anunciación y
Encarnación del Hijo de Dios
La visitación de María
a Isabel
El Magníficat
María exclamó: “Glorifica mi alma al Señor, y se alegra mi espíritu en Dios
mi Salvador: porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso
desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones.
Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo;
su misericordia se derrama de generación en generación sobre aquellos que le
temen.
Manifestó el poder de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos los despidió vacíos.
Acogió a Israel su siervo, recordando su misericordia, según como había
prometido a nuestros padres, Abrahán y su descendencia para siempre”.
María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.
Nacimiento y
circuncisión de Juan Bautista
Entre tanto llegó a Isabel el tiempo del parto, y dio a luz un hijo. Y
oyeron sus vecinos y parientes la gran misericordia que el Señor le había
mostrado, y se congratulaban de ella.
El día octavo fueron a circuncidar (la circuncisión era un rito para
señalar como con una marca los que pertenecían al pueblo elegido. Dios mandó la
circuncisión a Abraham como señal de la Alianza que establecía con él y
con su descendencia. Con la institución del Bautismo cesó el mandamiento de la
circuncisión) al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías.
Pero su madre dijo: “De ninguna manera, sino que se ha de llamar Juan”. Y le
dijeron: “No hay nadie en tu familia que se llame con este nombre”. Al mismo
tiempo preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Y él,
pidiendo una tablilla, escribió: Juan es su nombre. Lo cual llenó a todos de
admiración. En aquel momento recobró el habla, se soltó su lengua, y hablaba
bendiciendo a Dios. Y se apoderó de todos sus vecinos el temor y se comentaban
estos acontecimientos por toda la montaña de Judea; y cuantos los oían los
grababan en su corazón, diciendo: ¿Qué pensáis ha de ser este niño? Porque la
mano del Señor estaba con él.
El Benedictus
Y Zacarías, su padre, quedó lleno del Espíritu Santo y profetizó diciendo:
“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su
pueblo, y ha suscitado para nosotros el poder salvador en la casa de David su
siervo, como lo había anunciado desde antiguo por boca de sus santos profetas;
para salvarnos de nuestros enemigos y de la mano de cuantos nos odian:
ejerciendo su misericordia con nuestros padres, y acordándose de su santa
alianza, y del juramento que hizo a Abrahán, nuestro padre, para concedernos
que, libres de la mano de los enemigos, le sirvamos sin temor, con santidad y
justicia en su presencia todos los días de nuestra vida.
Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo: porque irás delante del
Señor a preparar sus caminos, enseñando a su pueblo la salvación para el perdón
de sus pecados; por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, el Sol
naciente nos visitará desde lo alto, para iluminar a los que yacen en tinieblas
y en sombra de muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz”.
Mientras tanto el niño iba creciendo y se fortalecía en el espíritu, y
habitaba en el desierto hasta el tiempo en que debía darse a conocer a Israel.
La aparición del Ángel
a José
La generación de Jesucristo fue así: Estando desposada su madre María con
José, antes de que conviviesen (un año antes de la boda se realizaban los
esponsales que tenían prácticamente el valor del matrimonio. Las bodas propiamente
dichas consistían, entre otras cosas, en la conducción solemne de la esposa a casa
del esposo), se encontró que había concebido en su seno por obra del
Espíritu Santo.
José (él, a pesar de la maternidad de María, la considera santa. Por tanto, no encuentra explicación a ello. Según la Ley tenía que repudiarla, pero para evitar su infamia pública decide dejarla privadamente), su esposo, como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto. Estando él considerando estas cosas, he aquí que un ángel del Señor se la apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto ha ocurrido para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del Profeta:” He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien llamarán Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros”.
Al despertarse José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y
recibió a su esposa. Y, sin que la hubiera conocido, dio ella a luz un hijo; y
le puso por nombre Jesús.
Nacimiento de Jesús
En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se
empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho cuando Quirino
era gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José,
como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea,
a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su
esposa, que estaba encinta.
Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su
hijo primogénito (María engendró a Jesús sin intervención de varón y no tuvo
más hijos. Así nos lo ha trasmitido la tradición de la Iglesia, que ha
confesado a María como la “siempre virgen”. Se trata de una verdad de fe
conforme con los textos evangélicos); lo envolvió en pañales y lo recostó
en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento (los primeros
cristianos parece que celebraban su dies natalis, el día de su entrada en la
patria definitiva. Recuerdan con precisión el día de la glorificación de Jesús,
el 14/15 de Nisán, pero no la fecha de su nacimiento, de la que nada nos dicen
los datos evangélicos. El primer testimonio indirecto de que la natividad de
Cristo fuese el 25 de diciembre lo ofrece Sexto Julio Africano el año
2219).
Adoración de los
pastores
Había unos pastores por aquellos contornos, que dormían al raso y vigilaban
por turno su rebaño durante la noche. De improviso un ángel del Señor se les
presentó, y la gloria del Señor los rodeó de luz y se llenaron de un gran
temor. El ángel les dijo: “No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría,
que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el
Salvador, que es el Cristo, el Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis
a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. De pronto apareció
junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios
diciendo: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de
buena voluntad”.
Y los pastores regresaron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que
habían oído y visto, según les fue dicho.
La circuncisión y la
presentación de Jesús en el Templo
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, le pusieron por
nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el
seno materno.
Y cumplidos los días de su purificación (la Sagrada Familia va a
Jerusalén para cumplir dos prescripciones de la Ley mosaica: la purificación de
la madre (al dar a luz la mujer quedaba impura) y la presentación y rescate del
primogénito. María no estaba obligada a purificarse sin embargo quiso someterse
a la Ley), según la Ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para
presentarlo al Señor, como está mandado en la Ley del Señor: “Todo varón
primogénito será consagrado al Señor”; y para presentar como ofrenda un par de
tórtolas o dos pichones, según lo mandado en la Ley del Señor.
Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre,
justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu
Santo estaba en él. Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no
moriría antes de ver al Cristo del Señor. Así, vino al Templo movido por el
Espíritu. Y al entrar con el niño Jesús sus padres, para cumplir lo que
prescribía la Ley sobre él, lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo:
“Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, según tu palabra: porque
mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado ante la faz de todos los
pueblos: luz que ilumine a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”.
Su padre y su madre estaban admirados por las cosas que se decían acerca de
él. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: “Mira, éste ha sido puesto
para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción ‘y
a tu misma alma la traspasará una espada', a fin de que se descubran los
pensamientos de muchos corazones”.
Vivía entonces una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de
Aser. Era de edad muy avanzada, había vivido con su marido siete años de
casada, y había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años, sin
apartarse del Templo, sirviendo con ayunos y oraciones noche y día. Y llegando
en aquel mismo momento alababa a Dios, y hablaba de él a todos los que
esperaban la redención de Jerusalén.
La adoración de los
magos
Al oír esto, el rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén. Y, reuniendo
a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les
interrogaba dónde había de nacer el Mesías. “En Belén de Judá, le dijeron, pues
así está escrito por medio del Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres
ciertamente la menor entre las principales ciudades de Judá; pues de ti saldrá
un jefe que apacentará a mi pueblo, Israel”.
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en marcha. Y he aquí que la
estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta pararse
sobre el sitio donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa
alegría. Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose
le adoraron; luego, abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro,
incienso y mirra. Y, habiendo recibido en sueños aviso de no volver a Herodes,
regresaron a su país por otro camino.
Huida a Egipto
Después que se marcharon, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y
le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y estate allí
hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”.
Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y huyó a Egipto. Allí
permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dijo el
Señor por medio del Profeta: “De Egipto llamé a mi hijo”.
Entonces Herodes, al ver que los Magos le habían engañado, se irritó en
extremo, y mandó matar a todos los niños que había en Belén y toda su comarca,
de dos años para abajo, con arreglo al tiempo que cuidadosamente había
averiguado de los Magos. Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta
Jeremías: “Una voz se oyó en Ramá, llanto y lamento grande: Es Raquel que llora
a sus hijos, y no admite consuelo, porque ya no existen” (este pasaje evoca
otros episodios del Antiguo Testamento. Por tanto, el sentido del pasaje parece
claro: por mucho que se empeñen los fuertes de la tierra, no pueden oponerse a
los planes de Dios para salvar a los hombres. En este contexto se debe
examinar la historicidad del martirio de los niños inocentes, del que sólo
tenemos esta noticia que nos da San Mateo. No obstante, es fácil pensar que la
matanza de los niños en Belén, una aldea pequeña, no fue muy numerosa y por eso
no pasó a la historia).
Regreso a Nazaret
Muerto Herodes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto,
y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y vete a la tierra de Israel;
pues han muerto ya los que atentaban contra la vida del niño”.
Levantándose, tomó al niño y a su madre y vino a la tierra de Israel. Pero
al oír que Arquelao había sucedido a su padre Herodes en el trono de Judea,
temió ir allá; y avisado en sueños marchó a la región de Galilea. Y se fue a
vivir a una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por medio de
los Profetas: “Será llamado nazareno”.
Jesús entre los
doctores de la Ley
El niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría, y la gracia de
Dios estaba en Él (Jesús debía crecer y fortalecerse como hombre, pero no
como Verbo de Dios. De donde se le describe lleno de sabiduría y de gracia).
Y bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto. Y su madre
guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad
y en gracia delante de Dios y de los hombres.
Muy buen trabajo :).
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