Los Evangelios
Lo
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fundamental de los evangelios es que nos comunican la predicación de los
Apóstoles. Los autores de los evangelios son Mateo, Juan, Lucas y Marcos. De
estos, los dos primeros se encuentran entre los doce Apóstoles y los otros dos
entre los discípulos de San Pablo y San Pedro, respectivamente. La
investigación actual no ve grandes inconvenientes en atribuir a Marcos y a
Lucas sus respectivos evangelios; en cambio, duda de la autoría de Mateo y de
Juan. Esta atribución lo que manifiesta es la tradición apostólica de la que
provienen los escritos, no que ellos mismos fueran los que escribieron el
evangelio.
Lo
primordial es la autoridad apostólica que está detrás de cada uno de ellos. En
el siglo II, San Justino habla de las “memorias de los apóstoles o evangelios”
que se leían en las reuniones litúrgicas. Con esto, se puede concluir el origen
apostólico de esos escritos y que se coleccionaban para ser leídos en público.
En el mismo siglo II, otros escritores nos dicen que los evangelios apostólicos
eran cuatro y solo cuatro.
En
consecuencia, el Magisterio de la Iglesia afirma que los cuatro evangelios
“transmiten fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres,
hizo y enseñó” (Concilio Vaticano II), y fueron escritos por los Apóstoles
(Mateo y Juan) o por algunos discípulos (Marcos y Lucas), pero siempre
recogiendo la predicación del evangelio por parte de los Apóstoles.
El Señor
no mandó a sus discípulos a escribir sino a predicar el evangelio. Los
Apóstoles y la comunidad apostólica lo hicieron así, y, para facilitar esta
tarea, pusieron parte de esta enseñanza por escrito. Y, en el momento en que
los apóstoles y los de su generación empezaban a desaparecer, “los autores
sagrados escribieron los cuatro evangelios escogiendo algunas cosas de las
muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o desarrollándolas,
atendiendo a la condición de las Iglesias” (Concilio Vaticano II). Puede
deducirse que los cuatro evangelios son fieles a la predicación de los
Apóstoles sobre Jesús y que la predicación de los Apóstoles sobre Jesús es fiel
a lo que hizo y dijo Jesús.
Difusión de
los evangelios
No
conservamos el manuscrito original de los evangelios, como tampoco el de ningún
otro libro de aquellos tiempos. Todos los textos (incluidos los evangelios y
los primeros escritos cristianos) se transmitían mediante copias manuscritas en
papiro y después en pergamino.
Sólo a
partir del siglo XIV se comenzó a utilizar el papel. Los manuscritos que
conservamos de los evangelios nos muestran que, frente a la mayoría de los
escritos de la antigüedad, la fiabilidad que podemos darle al texto que tenemos
es enorme. En primer lugar, por la abundancia de manuscritos y también, está la
del tiempo pasado entre la fecha de la redacción del libro y la datación del
manuscrito más antiguo. Para muchas obras clásicas de la antigüedad es casi de
diez siglos, en cambio el manuscrito más antiguo del Nuevo Testamento es
treinta o cuarenta años posterior al momento de composición del evangelio de
Juan. Los expertos coinciden en afirmar que los evangelios son los textos que
mejor conocemos de la antigüedad.
Los
evangelios canónicos y apócrifos
Se llaman evangelios
canónicos aquellos a los que la Iglesia ha reconocido como transmisores
fidedignos de la tradición apostólica y están inspirados por Dios. Como
decíamos son solo cuatro: el de Mateo, el de Marcos, el de Lucas y el de Juan.
Estos
evangelios se basan en lo que los apóstoles vieron y oyeron estando con Jesús y
en las apariciones que tuvieron de Él después de resucitar. En las comunidades
cristianas que se iban formando los testimonios fueron tomando forma de relatos
o de doctrinas acerca de Jesús, bajo la tutela de los apóstoles. Y, en un
último momento, esas tradiciones fueron puestas por escrito. Los cuatro gozaron
de la garantía apostólica y se refleja en el hecho de que fueron recibidos y
transmitidos como escritos por los mismos apóstoles o por discípulos directos
de los mismos.
Por el
contrario, los evangelios apócrifos son los que la Iglesia no aceptó como
auténtica tradición apostólica, aunque habitualmente se presentaban bajo el
nombre de algún apóstol. Empezaron a difundirse muy pronto, pues ya se les cita
en la segunda mitad del s. II; y muchos de ellos contenían doctrinas que no
estaban de acuerdo con la enseñanza apostólica. A medida que pasó el tiempo el
número de esos apócrifos aumentó en cantidad tanto para dar detalles de la vida
de Jesús que no daban los evangelios canónicos (por ej.: los apócrifos de la
infancia de Jesús), como para poner bajo el nombre de algún apóstol enseñanzas
opuestos a la doctrina de la Iglesia (por ej.: evangelio de Tomás). El número
de “evangelios apócrifos” conocidos es algo superior a cincuenta.
Hay tres
clases de evangelios apócrifos:
a) aquellos de
los que sólo han quedado algunos fragmentos escritos en papiro y se parecen a
los canónicos;
b) los que se
conservaron completos y narran con sentido piadoso hechos acerca de Jesús y de
la Santísima Virgen; y
c) aquellos otros que ponían bajo
el nombre de un apóstol doctrinas chocantes con las que la Iglesia creía por la
verdadera tradición apostólica.
Los
primeros son reducidos y apenas dicen nada nuevo, quizás porque se conoce poco
de su mensaje (p, ej.; los fragmentos del “evangelio de Pedro” que relatan la
Pasión).
De los
segundos el más antiguo es el llamado “Protoevangelio de Santiago” que refiere
la permanencia de la Santísima Virgen en el templo desde que tenía tres años y
cómo fue designado San José que era viudo para cuidar de ella cuando ésta
cumplió los doce años. La infancia de Jesús y los milagros que hacía siendo
niño los cuenta el “Pseudo Tomás”, y la muerte de San José es el tema principal
de la “Historia de José el Carpintero”. Los apócrifos árabes de la infancia
narran hechos de los Reyes Magos de los que en un apócrifo etíope se dan
incluso los nombres, Melchor, Gaspar y Baltasar. Estas leyendas piadosas circularon
con profusión en la Edad Media y sirvieron de inspiración a muchos artistas.
Y el
tercer grupo de apócrifos son los que exponían doctrinas heréticas. Los Santos
Padres los citan para rebatirlos y, con frecuencia, los designan por el nombre
del hereje que los había compuesto o por los destinatarios a los que iban
dirigidos, como el de los Hebreos o el de los Egipcios. Otras veces los mismos
Santos Padres acusan a estos herejes de poner sus doctrinas bajo el nombre de
algún apóstol, preferentemente Santiago o Tomás. Las informaciones de los
Santos Padres se han confirmado con la aparición de unas cuarenta obras
gnósticas en Nag Hammadi en 1945. Normalmente presentan presuntas revelaciones
secretas de Jesús que carecen de cualquier garantía. Suelen imaginar al Dios
Creador como un dios inferior y perverso, y la adquisición de la salvación por
parte del hombre a partir del conocimiento de su procedencia divina.
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