miércoles, 6 de junio de 2018

Introducción



Los Evangelios


Lo 

fundamental de los evangelios es que nos comunican la predicación de los Apóstoles. Los autores de los evangelios son Mateo, Juan, Lucas y Marcos. De estos, los dos primeros se encuentran entre los doce Apóstoles y los otros dos entre los discípulos de San Pablo y San Pedro, respectivamente. La investigación actual no ve grandes inconvenientes en atribuir a Marcos y a Lucas sus respectivos evangelios; en cambio, duda de la autoría de Mateo y de Juan. Esta atribución lo que manifiesta es la tradición apostólica de la que provienen los escritos, no que ellos mismos fueran los que escribieron el evangelio.

Lo primordial es la autoridad apostólica que está detrás de cada uno de ellos. En el siglo II, San Justino habla de las “memorias de los apóstoles o evangelios” que se leían en las reuniones litúrgicas. Con esto, se puede concluir el origen apostólico de esos escritos y que se coleccionaban para ser leídos en público. En el mismo siglo II, otros escritores nos dicen que los evangelios apostólicos eran cuatro y solo cuatro.
En consecuencia, el Magisterio de la Iglesia afirma que los cuatro evangelios “transmiten fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó” (Concilio Vaticano II), y fueron escritos por los Apóstoles (Mateo y Juan) o por algunos discípulos (Marcos y Lucas), pero siempre recogiendo la predicación del evangelio por parte de los Apóstoles.
El Señor no mandó a sus discípulos a escribir sino a predicar el evangelio. Los Apóstoles y la comunidad apostólica lo hicieron así, y, para facilitar esta tarea, pusieron parte de esta enseñanza por escrito. Y, en el momento en que los apóstoles y los de su generación empezaban a desaparecer, “los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o desarrollándolas, atendiendo a la condición de las Iglesias” (Concilio Vaticano II). Puede deducirse que los cuatro evangelios son fieles a la predicación de los Apóstoles sobre Jesús y que la predicación de los Apóstoles sobre Jesús es fiel a lo que hizo y dijo Jesús.

Difusión de los evangelios 
No conservamos el manuscrito original de los evangelios, como tampoco el de ningún otro libro de aquellos tiempos. Todos los textos (incluidos los evangelios y los primeros escritos cristianos) se transmitían mediante copias manuscritas en papiro y después en pergamino.
Sólo a partir del siglo XIV se comenzó a utilizar el papel. Los manuscritos que conservamos de los evangelios nos muestran que, frente a la mayoría de los escritos de la antigüedad, la fiabilidad que podemos darle al texto que tenemos es enorme. En primer lugar, por la abundancia de manuscritos y también, está la del tiempo pasado entre la fecha de la redacción del libro y la datación del manuscrito más antiguo. Para muchas obras clásicas de la antigüedad es casi de diez siglos, en cambio el manuscrito más antiguo del Nuevo Testamento es treinta o cuarenta años posterior al momento de composición del evangelio de Juan. Los expertos coinciden en afirmar que los evangelios son los textos que mejor conocemos de la antigüedad.

Los evangelios canónicos y apócrifos
Se llaman evangelios canónicos aquellos a los que la Iglesia ha reconocido como transmisores fidedignos de la tradición apostólica y están inspirados por Dios. Como decíamos son solo cuatro: el de Mateo, el de Marcos, el de Lucas y el de Juan.
Estos evangelios se basan en lo que los apóstoles vieron y oyeron estando con Jesús y en las apariciones que tuvieron de Él después de resucitar. En las comunidades cristianas que se iban formando los testimonios fueron tomando forma de relatos o de doctrinas acerca de Jesús, bajo la tutela de los apóstoles. Y, en un último momento, esas tradiciones fueron puestas por escrito. Los cuatro gozaron de la garantía apostólica y se refleja en el hecho de que fueron recibidos y transmitidos como escritos por los mismos apóstoles o por discípulos directos de los mismos.

Por el contrario, los evangelios apócrifos son los que la Iglesia no aceptó como auténtica tradición apostólica, aunque habitualmente se presentaban bajo el nombre de algún apóstol. Empezaron a difundirse muy pronto, pues ya se les cita en la segunda mitad del s. II; y muchos de ellos contenían doctrinas que no estaban de acuerdo con la enseñanza apostólica. A medida que pasó el tiempo el número de esos apócrifos aumentó en cantidad tanto para dar detalles de la vida de Jesús que no daban los evangelios canónicos (por ej.: los apócrifos de la infancia de Jesús), como para poner bajo el nombre de algún apóstol enseñanzas opuestos a la doctrina de la Iglesia (por ej.: evangelio de Tomás). El número de “evangelios apócrifos” conocidos es algo superior a cincuenta.
Hay tres clases de evangelios apócrifos:
             a) aquellos de los que sólo han quedado algunos fragmentos escritos en papiro y se parecen a los canónicos;

             b) los que se conservaron completos y narran con sentido piadoso hechos acerca de Jesús y de la Santísima Virgen; y

             c) aquellos otros que ponían bajo el nombre de un apóstol doctrinas chocantes con las que la Iglesia creía por la verdadera tradición apostólica.
Los primeros son reducidos y apenas dicen nada nuevo, quizás porque se conoce poco de su mensaje (p, ej.; los fragmentos del “evangelio de Pedro” que relatan la Pasión).
De los segundos el más antiguo es el llamado “Protoevangelio de Santiago” que refiere la permanencia de la Santísima Virgen en el templo desde que tenía tres años y cómo fue designado San José que era viudo para cuidar de ella cuando ésta cumplió los doce años. La infancia de Jesús y los milagros que hacía siendo niño los cuenta el “Pseudo Tomás”, y la muerte de San José es el tema principal de la “Historia de José el Carpintero”. Los apócrifos árabes de la infancia narran hechos de los Reyes Magos de los que en un apócrifo etíope se dan incluso los nombres, Melchor, Gaspar y Baltasar. Estas leyendas piadosas circularon con profusión en la Edad Media y sirvieron de inspiración a muchos artistas.
Y el tercer grupo de apócrifos son los que exponían doctrinas heréticas. Los Santos Padres los citan para rebatirlos y, con frecuencia, los designan por el nombre del hereje que los había compuesto o por los destinatarios a los que iban dirigidos, como el de los Hebreos o el de los Egipcios. Otras veces los mismos Santos Padres acusan a estos herejes de poner sus doctrinas bajo el nombre de algún apóstol, preferentemente Santiago o Tomás. Las informaciones de los Santos Padres se han confirmado con la aparición de unas cuarenta obras gnósticas en Nag Hammadi en 1945. Normalmente presentan presuntas revelaciones secretas de Jesús que carecen de cualquier garantía. Suelen imaginar al Dios Creador como un dios inferior y perverso, y la adquisición de la salvación por parte del hombre a partir del conocimiento de su procedencia divina. 

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